Vivimos en un mundo rodeado de nuevas tecnologías. Cada día que pasa disponemos de aparatos, aplicaciones y servicios más rápidos, más conectados, más eficientes. Podemos consultar, en segundos, pronósticos meteorológicos, noticias, hacer la compra o reservar unas vacaciones. Exigimos inmediatez y es notorio que el desarrollo tecnológico nos ha facilitado la vida.

Los tiempos cambian y nosotros nos adaptamos a ellos. Con la aparición de la imprenta en el siglo XV de la mano de Gutenberg, algunos temían que desapareciese nuestra habilidad de escribir y de no ser capaces de recordar las palabras que formaban nuestros idiomas y que quedaban plasmadas en aquellas primeras fibras vegetales, pieles e incluso grabadas en piedra. Lejos de desaparecer la lengua, pudimos reproducir y compartir nuestras culturas más allá de los valles dónde las sociedades vivían. Es así como durante siglos han convivido un sinfín de utilidades como la escritura manual con la imprenta, la prensa escrita con la prensa digital, los instrumentos musicales clásicos con los instrumentos y sonidos nuevos producidos por amplificadores y sintetizadores, y también es así como a día de hoy convivimos con los relojes analógicos y digitales, con los relojes de cuarzo y los relojes automáticos y con todo aquello que también nos indica la hora: un gallo que canta a los primeros rayos de sol, el campanario que resuena sus campanas, o los llamados dispositivos inteligentes.

En Moré creemos que un reloj es mucho más que un mecanismo de precisión dónde poder consultar la hora.  Nos apasiona vender máquinas del tiempo, porque estamos ofreciendo un instrumento que a pesar del auge de las nuevas tecnologías sigue presente en nuestras vidas. Sigue presente por varias razones, que, aunque intangibles, son fundamentales en la pesonalidad de cada uno. Un reloj es alma y personalidad, una pieza que muestra quien somos y como somos. Muestra si nos gusta algo completamente digital hecho de policarbonatos y goma que nos tiene hiperconectados y que cuenta los pasos que damos o como dormimos… o si, por otro lado, nos gusta una máquina mecánica, con cientos de piezas diminutas que bien ensambladas calculan el paso del tiempo y nos lo muestran en espléndidas esferas de materiales preciosos…

La mayoría somos de varias facetas, no queremos estar siempre hiperconectados, y a veces queremos disfrutar y vestir piezas especiales. Es por eso que a día de hoy y en el futuro siempre se llevarán todos los tipos de relojes. Ya pasó cuando los japoneses inventaron el cuarzo y los relojes pasaron de ser el lujo de unos pocos al día a día de muchos, varias voces preveian el final de los relojes mecánicos… pero 80 años más tarde los amantes de los relojes siguen apreciando (y no les faltan razones para ello) lo maravilloso que es que, al encajar diminutas piezas de distintos materiales hechos para durar, empiece el movimiento suave de las ruedas y agujas para marcar el paso de nuestras vidas, y esas máquinas, paradójicamente, en un mundo tan veloz e hiperconectado nos permiten parar y disfrutar del tiempo.